RUMI

Cada árbol y cada planta del prado
parece estar danzando;
aquéllos con ojos comunes
sólo los verán fijos e inmóviles.

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17 sept 2010

Coherencia arbitraria

“La economía tradicional supone que los precios de los productos en el mercado vienen determinados por un equilibrio entre dos fuerzas: el nivel de producción para cada precio (oferta) y los deseos de quienes disponen de poder adquisitivo para cada precio (demanda). El precio en el que confluyen ambas fuerzas determina el precio en el mercado”. Esto sería verdad si las dos fuerzas fueran independientes, pero no lo son. La demanda está condicionada por la predisposición del consumidor a pagar un precio, y, como ya hemos visto, al consumidor se le manipula fácilmente.
Como dice Ariely, “en realidad los consumidores no tienen la sartén por el mango ni en cuanto a sus propias preferencias ni en cuanto a los precios que están dispuesto a pagar por los distintos bienes y experiencias”. Los precios no vienen marcados por la escasez de tal producto, ni por la dificultad de su elaboración, ni por la demanda existente, (aunque por supuesto estos factores influyen en el montante final).

Ariely pone el ejemplo de la perla negra. Hasta mediados de los años setenta (del siglo XX) no se encontraba este tipo de perla en las joyerías, al menos en las occidentales.

Un francés que poseía un atolón en la polinesia, rico en ostras de perla negra (Pinctada Margaritifera), quiso hacer negocios con Salvador Assael, conocido como “el rey de las perlas”.
El problema es que, aunque se conocía su existencia, no había demanda para este tipo de perlas. La gente seguía prefiriendo las blancas, por las que se pagaban precios altísimos. El rey de las perlas poco pudo hacer con las negras. Había comprado un lote grande y no consiguió hacer una sola venta. Assael pudo haberse desecho del lote vendiéndolas a precio de saldo, o regalarlas al comprar otras joyas… pero decidió volver a intentarlo. Como las perlas no eran realmente negras, sino más bien de un color gris plomizo, esperaría un año para conseguir ejemplares de mayor calidad. Cuando las tuvo, se las llevó a Harry Winston, un legendario comerciante de piedras preciosas.



Winston accedió a colocar las perlas negras en su escaparate de la Quinta Avenida, pero a un precio exorbitante. Assael, mientras tanto, inició una campaña de publicidad en las principales revistas de moda en la que se veía un collar de perlas negras al lado de rubíes, diamantes y esmeraldas. El resultado fue que, en poco tiempo, las damas más ricas y distinguidas de Nueva York lucían collares de perlas negras, comprados a precios prohibitivos.
Lo que Assael hizo fue introducir en los potenciales consumidores lo que en economía conductual se llama un ancla, un precio de referencia inicial que tendrá un efecto a largo plazo en nuestra predisposición a pagar por el producto. Assael asoció sus perlas que nadie quería (o nadie conocía) a las carísimas piedras preciosas de las joyerías neoyorquinas. Una vez que se ha establecido este ancla en su mente, el consumidor no se preguntará si es caro o barato, simplemente lo pagará. Es lo que Ariely llama coherencia arbitraria. “La idea básica de la coherencia arbitraria es esta: aunque los precios iniciales sean arbitrarios (como las perlas de Assael), una vez que dichos precios se hayan establecido en nuestra mente configurarán no sólo los precios actuales, sino también los futuros (y eso es lo que los hace coherentes)”.
Pero, ¿y si el consumidor ya tiene un ancla para la perla blanca? ¿Cómo consiguió Assael crear un nuevo ancla? La respuesta, como dijo Mark Twain, es bien sencilla:
“Para que un hombre codicie algo, basta con hacer que resulte difícil de obtener”. Winston, el viejo comerciante, sabía lo que hacía y expuso las perlas negras más caras que las blancas.


Las motivaciones de un consumidor a la hora de pagar más o menos dinero son tan irracionales que resultan casi increíbles. Para demostrar lo aleatorias que son nuestras decisiones como consumidores y lo fácilmente manipulables que somos, Ariely realizó un experimento con sus alumnos en el que intentaba crear un ancla de manera artificial que influyera en su disposición a pagar por un producto.
El experimento consistió en una especie de subasta de algunos productos, en principio interesantes para gente joven: un par de botellas de buen vino francés, un libro sobre diseño gráfico, un teclado y un trackball inalámbricos y una caja de finos chocolates belgas. Ariely pidió a los alumnos que pusieran sus dos últimos dígitos del número de la seguridad social en una hoja, y al lado, si estaban dispuestos a pagar ese precio por cada uno de los productos. Después se les pidió que apuntaran los precios que estarían dispuestos a pagar por los productos de arriba, es decir, que hicieran una puja similar a las que hacemos en ebay.
¿Serviría de ancla algo tan aleatorio como los dos últimos dígitos de la seguridad social? Aunque parezca increíble, resultó que sí. Los que tenían números más altos hicieron pujas más elevadas, mientras que los que tenían dígitos más bajos hicieron pujas muy inferiores. Bastó que los alumnos pensaran en un número (podría haber sido la temperatura ambiental, su edad o cualquier otra cosa) para que se vieran influidos a la hora de pagar.

Este experimento pone de manifiesto que tomamos muchas decisiones comerciales que vienen impuestas por anclas iniciales y no por nuestro gusto o necesidad. Como dice Ariely “Si son las anclas y la memoria de ellas - pero no las preferencias- las que determinan nuestro comportamiento ¿a santo de qué celebrar el intercambio, el comercio, como la clave para maximizar la felicidad (o utilidad) personal?”.

La economía tradicional nos quiere convencer de que el liberalismo económico es el único posible en una sociedad moderna y libre. Pero el libre mercado no tiene en cuenta que los seres humanos somos, en primer lugar irracionales, y en segundo lugar, manipulables. El libre mercado está basado en una falacia, la de la oferta y la demanda, y apoyadas en esta falacia, tomamos decisiones erróneas todos los días.
Esto puede no parecer tan grave si hablamos de comprarnos un teléfono móvil muy caro porque tiene una nueva serie de aplicaciones (que nunca utilizaremos), pero empieza a serlo cuando hablamos de los productos esenciales de nuestra sociedad, como atención sanitaria, educación, electricidad, agua y otros recursos clave.
Las fuerzas mercantiles del modelo capitalista no regulan el mercado de manera óptima y justa para todos porque no tienen en cuenta los aspectos humanos, en concreto del funcionamiento irracional de nuestro sobrevalorado cerebro. Por eso es fundamental que haya un mínimo control (resulta difícil establecer cual) de la actividad económica por parte de los gobiernos, aunque eso limite la libre empresa.
http://puntomatic.blogspot.com/2009/04/la-falacia-de-la-oferta-y-la-demanda.html

La racionalidad cada vez más lejos

Por Gabriel Foglia

Si bien la mayoría de los modelos económicos se basan en el supuesto de que los seres humanos toman decisiones en forma racional, la evidencia indica que muchas veces las decisiones son totalmente irracionales. Comprender las fuerzas que nos llevan a tomar esas decisiones nos puede ayudar a comprender que todos somos susceptibles de ser atrapados por el imán del comportamiento irracional (Ori y Rom Brafman, Sway, 2008).

Uno de los patrones típicos tiene que ver con lo que se denomina aversión a las pérdidas. Esto explica por qué siempre tendemos a comprar el seguro más caro y “completo” para el auto, por qué preferimos los planes que nos ofrecen las empresas telefónicas con “minutos libres incluidos en el abono”, por qué consumimos proporcionalmente menos cantidad de un producto cuando aumenta su precio que lo que aumentamos el consumo cuando el precio baja, etc. Diversos estudios demuestran que cuanto mayor es la pérdida potencial, más fácil es ingresar en una decisión irracional.

Esto se suma a nuestro propio compromiso, es decir, la dificultad que tenemos para cambiar de estrategia una vez que tomamos una decisión. El ejemplo típico de este comportamiento es el juego creado por el Profesor de Harvard Max Bazerman. En este juego, se subasta un billete de 20 dólares al mejor postor, pero el segundo postor debe pagar su apuesta sin recibir nada a cambio. En un principio todos participan, hasta que se dan cuenta de la trampa. Como los dos máximos apostadores están comprometidos con la subasta, ninguno opta por perder y esto lleva la subasta por el billete de 20 dólares a valores tales como 200 dólares. Cuanto más grande es el pozo en el que nos metemos, más cavamos.

También entra en acción nuestra tendencia a atribuir valor a los objetos y personas en función de nuestra experiencia pasada. En 2007, el Washington Post trató de demostrar este comportamiento de la siguiente manera: invitó a Joshua Bell, uno de los mejores violinistas del mundo, a tocar en una estación de subte de Washington. De las 1097 personas que pasaron a su lado, sólo 4 pararon a escuchar a este personaje vestido en ropas normales tocando un violín Stradivarius de 3,5 millones de dólares. Este es el secreto del marketing: todos asignamos valor a las cosas en base a la “imagen” que tenemos de ellas. La gente está dispuesta a pagar entradas muy caras para ver a Joshua Bell en un teatro vestido de smoking, no vestido de jogging en el subte. Por eso muchas veces es preferible crear una marca nueva en lugar de reposicionar una existente: los preconceptos son difíciles de vencer.

La siguiente fuerza tiene que ver con la imposibilidad de creer la evidencia que contradice nuestra primera impresión sobre las personas o situaciones. Malcolm Gladwell (Blink, 2005) analiza cómo las decisiones rápidas y emocionales ocurren con mucha más frecuencia de lo que creemos. Las personas estructuramos la mente para que nos guste o disguste instantáneamente cualquier cosa, buscando y sintetizando información de la situación en la que nos encontramos, así como el aprendizaje y experiencias pasadas (por ejemplo, si confiamos en alguien o no). Cambiar de idea, una vez tomada una posición, es casi imposible.

Cada uno de nosotros tiene un bagaje de experiencias, percepciones y emociones. Esto repercute fuertemente en el management: la forma en que lideramos equipos, recompensamos y motivamos a la gente, nos comunicamos con los clientes, entre otras. En consecuencia, incluir estas variables dentro de los modelos estratégicos para la dirección de empresas es imprescindible y los avances en el área de psicología pueden ser muy útiles en ese sentido. El creciente aumento de la participación de psicólogos y sociólogos en las organizaciones nos indica que esto es sólo el inicio de un mundo con disciplinas más interconectadas.

Fuente: http://www.gabrielfoglia.com/2008/08/la-racionalidad-cada-vez-ms-lejos.html

Las 9 reglas del márketing comadrejil -Irracionalidad-

Las 9 reglas del márketing comadrejil

Por Iván Rivera

¿Por qué, si alguien dice a mi lado márketing, la primera palabra que se me ocurre es “comadreja”? Aquí hay una lista de métodos de mercadotecnia, que funcionan gracias a bugs en nuestro sistema operativo. Evitarlas requiere un esfuerzo consciente, ya que nuestro instinto juega en contra nuestra —al menos en el entorno artificial del centro comercial. Sin más preámbulo:

1. Facilitar las comparaciones falsas

Cuando el fabricante de electrodomésticos Williams-Sonoma introdujo en el mercado las primeras máquinas panificadoras, las ventas fueron pobres. Después, al añadir a la gama una versión “deluxe”, 50% más cara, la primera máquina comenzó a venderse como rosquillas. Ahora parecía una ganga.

Al decidir sobre la compra de un bolígrafo de 17€, la mayoría de la gente se desplazaría en coche a una tienda a 15 minutos de distancia para ahorrar 5€. Sin embargo, si lo que se decide es la compra de un traje de 310€, casi nadie conduciría 15 minutos adicionales para ahorrar 5€. Los tiempos y ahorros involucrados son los mismos, pero las elecciones son opuestas. Hay que vigilar los razonamientos relativos; vienen así de fábrica para todos.

2. Reforzar las referencias

Salvador Assael, el Rey de las Perlas, creó de la nada el mercado de las perlas negras, desconocidas para la industria antes de 1973. Su primer intento, sin embargo, fue un fracaso: no vendió una sola perla. Así que acudió a su amigo Harry Winston; consiguió de él que expusiera en el escaparate de su joyería de la 5ª Avenida de Nueva York unas perlas negras con una cifra ridículamente elevada en la etiqueta del precio. Inmediatamente, pagó anuncios a toda página en varias revistas en los que podían verse perlas negras junto a diamantes, rubíes y esmeraldas. Pronto, las perlas negras eran consideradas preciosas.

Simonsohn y Loewenstein hallaron que la gente que se muda a una nueva ciudad permanece anclada a los precios de su antigua localidad. Así, si alguien se mudara de Extremadura a Madrid, tendería a encajar a su familia en casas más pequeñas para seguir pagando lo mismo. Sin embargo, un madrileño en Extremadura se haría con una mansión.

3. ¡Es “gratis”!

Ariely, Shampanier y Mazar realizaron un experimento usando trufas Lindt y un bombón de menor calidad. Cuando una trufa costaba 0.10€ y un bombón 0.01€, el 73% de los sujetos de estudio escogieron la trufa. Una rebaja de tan sólo un céntimo (la trufa a 0.09€ y el bombón gratis) rebajó el porcentaje drásticamente, al 31%. De acuerdo con la teoría economica estándar, una reducción de precios tan pequeña no debería haber conllevado ningún cambio, pero lo hizo.

La hipótesis de Ariely es que en transacciones normales consideramos tanto las vertientes positivas como las negativas. Cuando algo es gratis, sin embargo, olvidamos la parte negativa. La gratuidad nos hace percibir lo que se nos ofrece como inmensamente más valioso de lo que realmente es. Los seres humanos aborrecemos las pérdidas; al considerar una compra normal, este instinto entra en juego. Cuando un artículo es gratuito, no hay posibilidad de pérdida alguna.

4. Explotar las convenciones sociales

El Colegio de Abogados solicitó a varios letrados que participaran en un programa en el que ofrecerían sus servicios a personas de pocos recursos por un precio reducido de 25 €/hora. Nadie se ofreció. Cuando se solicitaron voluntarios para realizar servicios gratuitos hubo un buen número de voluntarios.

5. Diseñar campañas para vagos

Ariely realizó un experimento con los alumnos de su clase. Se les pidieron tres trabajos. Al primer grupo, Ariely les pidió que fijaran ellos mismos las fechas de entrega. Los trabajos entregados con retraso se penalizarían con una rebaja en la nota del 1% diario (no habría penalización para entregas antes de tiempo). La respuesta lógica habría sido comprometerse a entregar los tres trabajos el último día de clase. Al segundo grupo no se les fijó fecha límite: debían entregar sus trabajos el último día. El tercer grupo debía entregar sus trabajos en las semanas 4ª, 8ª y 12ª.

¿Los resultados? El grupo 3 (fechas impuestas) obtuvo las mejores notas. El grupo 2 (sin fecha) obtuvo las peores. El grupo 1 (fechas seleccionadas por los alumnos) quedaron en medio. De estos, los mejores fueron los que espaciaron en el tiempo sus compromisos de entrega.

6. Utilizar el efecto de la posesión

Ariely y Carmon realizaron un experimento con estudiantes de la Universidad de Duke, que hacen cola varias semanas para conseguir entradas para el baloncesto. La espera no garantiza conseguir las entradas: al final, se sortean entre los primeros en llegar, de modo que no todos consiguen su objetivo. En media, los alumnos que no consiguieron entradas declararon que pagarían hasta 120 € por ellas. Los que sí las consiguieron, sin embargo, se negaban a venderlas por menos de 1600 €.

Hay tres fallos fundamentales en la naturaleza humana. Nos enamoramos de lo que ya tenemos. Nos concentramos en lo que podríamos perder, más que en lo que podríamos ganar. Asumimos que los demás verán nuestras transacciones desde la misma perspectiva que nosotros.

7. Aprovechar nuestra aversión a las pérdidas

Ariely y Shin realizaron un experimento con estudiantes del MIT. Crearon un juego de ordenador que ofrecía a sus jugadores tres puertas: Roja, Azul y Verde. Se comenzaba un crédito de 100 clics de ratón. Para entrar en una habitación había que hacer clic sobre una puerta. Una vez dentro, cada clic daba entre 1 y 10 céntimos. También podía cambiarse de habitación (al coste de un clic). Cada habitación estaba programada para ofrecer distintos niveles de recompensa, pero era bastante sencillo averiguar cuál era la mejor.

Los jugadores tendían a probar las tres habitaciones, ver cuál pagaba más y después quedarse ahí (estamos hablando de estudiantes del MIT). Entonces, Ariely introdujo una pequeña variación: cada puerta que no fuera visitada en 12 clics consecutivos desaparecería para siempre. Con cada clic, las puertas no escogidas disminuían de tamaño en una doceava parte.

Ahora, los jugadores saltaban de puerta en puerta, intentando mantener abiertas sus opciones. Las ganancias disminuyeron un 15%; de hecho, escogiendo cualquiera de las puertas y permaneciendo en ella podrían haber ganado más.

Ariely incrementó el coste de abrir una puerta a 3 céntimos, sin resultados —los jugadores seguían intentando mantener abiertas sus opciones. Después reveló a los participantes cuánto pagaba exactamente cada habitación, sin obtener cambios en el comportamiento. También permitió jugar tantas rondas de práctica como se deseara. Nada. Incluso cambió las reglas para que las puertas desaparecidas pudieran ser “reencarnadas” con un clic. Aún así, no consiguió cambios.

Los jugadores no podían tolerar la idea de perder una puerta, y hacían cuanto fuera necesario para asegurarse de que no desaparecían, incluso aunque esta desaparición no tuviera consecuencias reales y pudiera ser revertida con facilidad. Nos sentimos impelidos a conservar nuestras opciones, incluso cuando el coste es astronómico o cuando no tiene sentido alguno.

8. Engendrar expectativas irracionales

Ariely, Lee y Frederick realizaron otro experimento con estudiantes del MIT. Les dieron a probar dos cervezas, ofreciéndoles una pinta gratis de la que más les gustara. La cerveza A era Budweiser. La B, Budweiser con dos gotas de vinagre balsámico por cada 30 mililitros.

Cuando se mantenía oculta la naturaleza de las cervezas, los estudiantes escogían mayoritariamente la cerveza balsámica. Sin embargo, al revelarles la verdad, cambiaron de opinión. Si de entrada revelas un detalle que podría ser negativo, seguramente la gente estará de acuerdo contigo —tan solo por sus expectativas.

9. Aprovechar el sesgo de los precios


Ariely, Waber, Shiv y Carmon crearon un analgésico falso, Veladone-Rx. Una mujer atractiva, vestida con traje de negocios (y un sutil acento ruso) contó a los sujetos experimentales que el 92% de los pacientes que recibían el analgésico mejoraban su dolor en 10 minutos, con una duración del efecto de hasta 8 horas.

Cuando se les dijo que cada pastilla costaba 1.70 €, casi todos los participantes notaron mejorías en su dolor. Sin embargo, si se les hacía saber que el precio era de 0.07 €, sólo la mitad notó los efectos. Los efectos también eran más pronunciados para mayor dolor inicial. Un estudio similar de la Universidad de Iowa mostró que los estudiantes que pagaban el precio completo de las pastillas contra el resfriado común reportaban mejores resultados que aquellos que las compraban a precios rebajados (aún siendo los mismos medicamentos).

Vía Coding Horror, reseña de Predictably Irrational, The Hidden Forces That Shape Our Decisions, de Dan Ariely.