El rechazo social activa los centros del dolor del cerebro
Este estudio fue dirigido por Naomi I. Eisenberger, de la Universidad de California, y publicado en la revista Science. Según la autora, "hay algo en el rechazo de los demás que es percibido tan perjudicial para nuestra supervivencia como algo que puede dañarnos físicamente y nuestro cuerpo lo sabe automáticamente". Eisenberger y sus colaboradores crearon un juego de ordenador en el que los participantes en la investigación creían que jugaban con dos personas más. En algún momento, los otros jugadores excluían del juego a esta persona, de modo que parecía que estaba siendo rechazada por los demás y le impedían jugar. Esto ocasionaba una activación de la zona del cerebro que se activa también ante el dolor físico. La tendencia a experimentar el rechazo como un dolor agudo puede haberse desarrollado en los humanos como un mecanismo defensivo de la especie, afirma Eisenberger. "Debido a que tenemos una infancia larga y necesitamos que nos cuiden, es muy importante que permanezcamos cerca del grupo social. De lo contrario, no vamos a sobrevivir. La hipótesis es que el sistema de apego social que hace que no nos separemos del grupo, se asienta sobre el centro del dolor para asegurar la supervivencia de la especie". Del mismo modo que un niño aprende a evitar el fuego al quemarse, las personas pueden aprender a permanecer unidas porque el rechazo provoca malestar en el centro del dolor, explica Eisenberger.
En el cerebro, un corazón roto duele igual que un hueso roto
Los golpes pueden lastimar el cuerpo, pero las palabras pueden llegar a ser igual de hirientes. Según un nuevo estudio publicado en la revista Current Directions in Psychological Science, el dolor físico y social son procesado en algunas de las mismas regiones del cerebro.
Naomi Eisenberger, co directora del laboratorio de Neurociencia Cognitiva Social, publicó el primer artículo de imágenes del cerebro con superposiciones en el 2003. Había estado estudiando la reacción de los participantes al ser rechazados por otros, (en realidad ese otro era un oponente en una computadora) en un videojuego. “La primera vez que notamos la similitud, estaba analizando los datos a lado de un colega que se encontraba analizando datos sobre el dolor físico en el síndrome de intestino irritable,” explicó. “Nos dimos cuenta de las similitudes por la manera en la que se veían los datos neuronales.”
El dolor físico tiene dos componentes, explicó Eisenberger: sensorial y emocional. La parte sensorial está asignada en el cerbero dependiendo de la parte del cuerpo que se encuentra lastimada, pero el componente emocional, que tan fuerte determina en el cerebro el dolor, se registra en la corteza cingulada anterior dorsal (DACC). Es el mismo lugar donde se procesa el dolor social.
“El componente afectivo, el cual dice qué tanto nos molesta el dolor, cuánto sufrimiento está causando, esta experiencia parece estar más localizada en el dAAC y en la ínsula anterior,” según Eisenberger.
El dACC, el cual es rico en receptores para endorfinas, los naturales del cerebro, también es directamente afectado por drogas opiáceas incluida la heroína y la oxicodona. Esto puede ayudar a explicar porque uno de los informes más comunes en pacientes que toman dichas medicinas, es que su dolor no desaparece por completo, sino que más bien ya no les molesta tanto. Una experiencia similar se reporta en pacientes con dolor crónico, es tan difícil de resolver que recurren a cirugía del cerebro para quitarse partes del dACC. “Los pacientes dicen que todavía pueden sentir el dolor, pero ya no les molesta,” comentó Eisenberger.
Eisenberger encontró que incluso los analgésicos no opiáceos como el acetaminofeno (Tylenol) pueden aliviar el dolor social. En un estudio publicado en el 2010, su grupo mostró que las personas que tomaban Tylenol por tres semanas, no sólo reportaron menos sentimientos tristes que aquellos tomando placebo, pero también mostraron una activación reducida en el cerebro en la respuesta del dACC al rechazo.
“A los nueve días puedes ver las diferencias que empiezan a surgir, y se mantienen así durante el resto del estudio,” dijo Eisenberger.
Este tiempo de retraso en parte puede explicar el motivo por el que el Tylenol no se ha convertido en una droga popular como los opioides. Aunque los consumidores de drogas siempre están buscando nuevas sustancias para evadir su dolor emocional, tienden a buscar resultados instantáneos, las personas adictas utilizan la droga de su elección para escapar del rechazo social y la angustia emocional. El mismo fenómeno puede ayudar a explicar por qué los antidepresivos, a pesar de su habilidad para reducir la sensibilidad de las personas a los desaires sociales, tampoco son tan malos.
“Sería interesante realizar más estudios en Tylenol,” explicó Eisenberger, ya que el rechazo a la sensibilidad es un síntoma clave de la depresión. Quizás el paracetamol e incluso otras drogas como la aspirina pueden tener propiedades antidepresivas hasta ahora insospechadas. Aunque todas las drogas tienen efectos secundarios, sugiere que aquellos que son lo suficientemente seguros para vender sin una prescripción, pueden tener algunas ventajas, particularmente para una leve depresión.
Claro que nadie está proponiendo que las personas empiecen a tomar Tylenol para prevenir el dolor social. El hecho de que este exista, y que dependa de las mismas regiones en el cerebro que el dolor físico, sugiere que es una experiencia necesaria. Es probable que sea clave en ayudar a mantener a los animales conectados entre ellos, al hacer que el rechazo se sienta incómodo y el cariño se sienta como una sensación calmante.
Aunque la conexión entre el dolor físico y emocional ahora es muy aceptada, las primeras sugerencias de que los analgésicos podían tener un efecto emocional, fueron mal vistas. En los setenta Jaak Panksepp encontró esto en experimentos con ratas, la angustia de los bebés al ser separados de sus madres era calmada con morfina, que se incrementó con nalaxona una droga que previene que actúen los opioides.
Pero Panskepp tuvo dificultades para publicar sus resultados, por la asociación entre la morfina y la adicción. Desde entonces, las investigaciones han mostrado en repetidas ocasiones que el efecto de las opioides imita el cariño reconfortante de una relación, y que el sentimiento de rechazo social se alínea con el retiro de ansiedades.
Eisenberger también encontró que las personas que poseen un gen que los hace más sensibles al dolor físico, también son más sensibles al rechazo social.
La relación entre el dolor físico y emocional es recíproca, así como las drogas que alivian el dolor físico pueden acabar con el dolor emocional, también puede lograr esto el apoyo emocional, por ejemplo tomar la mano de un ser querido puede reducir el dolor físico.
Las investigaciones incluso muestran que el dolor emocional a veces puede activar regiones en el cerebro que normalmente sólo procesan dolor físico. Un estudio reciente de personas que acababan de terminar con su pareja encontró, que el rechazo intenso activa regiones en el cerebro somato sensoriales, se pensó que algunas podían estar involucradas sólo con sensaciones físicas. (Con información de la revista Time).
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