Cuando llegué a mi trabajo actual me dieron un buen consejo que fue entrevistar a 3 políticos cada día. Y de tanto contacto con políticos puedo decirles que todos son, de una u otra manera, fanáticos emocionales. Adolecen de lo que llamo «demencia logorrea», es decir, que de tanto hablar se vuelven locos. (Risas) Pero tienen una habilidad social increíble. Cuando los conocemos, se meten en nosotros, nos miran a los ojos, invaden nuestro espacio personal, nos masajean la parte posterior de la cabeza.
Hace varios meses cené con un senador republicano que mantuvo su mano en mi muslo interno durante toda la comida, apretándolo. Una vez, esto fue hace años, vi a Ted Kennedy y Dan Quayle reunidos en el podio del Senado. Y eran amigos y se abrazaban y se reían y sus caras estaban así de cerca. Y se movían, se apretaban, movían sus brazos hacia arriba y abajo mutuamente. Y yo pensaba: "Vayan a una habitación. No quiero ver esto". O sea, tienen habilidades sociales.
Otro caso: ciclo electoral pasado, yo estaba siguiendo a Mitt Romney por Nueva Hampshire y él estaba en campaña con sus 5 hijos perfectos: Bip, Chip, Rip, Zip, Lip y Dip. (Risas) Y va a una cafetería. Entra a la cafetería, se presenta ante una familia y dice: "¿de qué pueblo de Nueva Hampshire son Uds? Y luego describe la casa que él tenía en ese pueblo. Y así va por el salón y a medida que va abandonando el lugar llama por el nombre a todos los que conoció. Yo pensaba: "Bien, eso es habilidad social".
Pero la paradoja es que cuando muchas de estas personas pasan a "hacer política" esa conciencia social desaparece y empiezan a hablar como contadores. Así que a lo largo de mi carrera he cubierto una serie de fracasos. Enviamos economistas a la Unión Soviética, cuando se disolvió, con planes de privatización y lo que en realidad necesitaban era confianza social. Invadimos Irak con un ejército ajeno a las realidades culturales y psicológicos. Tuvimos un régimen de regulación financiera en base al supuesto de que los corredores bursátiles eran criaturas racionales que no harían algo estúpido. Durante 30 años he estado cubriendo la reforma escolar y básicamente hemos reorganizado los cuadros burocráticos -escuelas públicas, privadas, cheques escolares- pero hemos tenido resultados decepcionantes año tras año. Y el hecho es que la gente aprende de la gente que ama. Y si no hablamos de la relación individual entre profesor y alumno no estamos hablando de esa realidad, pero esa realidad es excluida del proceso político.
Y eso me hace cuestionar lo siguiente: ¿Por qué las personas más sociales del planeta se deshumanizan de tal forma cuando piensan en política? Y llegué a la conclusión de que esto es un síntoma de un problema mayor. Que, durante siglos, hemos heredado una visión de la naturaleza humana basada en la noción de que somos seres divididos, de que la razón está separada de las emociones y que la sociedad progresa en la medida en que la razón pueda reprimir las pasiones. Y eso nos lleva a ver a la naturaleza humana como individuos racionales que responden de manera directa a los incentivos. Y nos lleva a formas de ver el mundo en las que la gente trata de usar supuestos físicos para medir el comportamiento humano. Y eso ha producido una gran amputación, una visión superficial de la naturaleza humana.
Somos muy buenos para hablar de cosas materiales pero somos muy malos para hablar de emociones. Somos muy buenos para hablar de habilidades, de seguridad y salud, pero somos muy malos para hablar de carácter. Alasdair MacIntyre, el famoso filósofo, dijo que "tenemos los conceptos de la moral antigua, de la virtud, el honor, la bondad, pero ya no tenemos un sistema con el que conectarlos". Y eso nos ha llevado a un camino superficial en la política pero también en toda una gama de actividades humanas.
Puede verse en la manera de criar a nuestros hijos pequeños. Uno va a una escuela primaria a las 3 de la tarde y ve a los niños salir y llevan esas mochilas de 35 kilos. Si el viento los hace caer quedan como escarabajos atascados en el suelo. Uno ve estos autos -por lo general Saab, Audi y Volvo- porque en algunos barrios es socialmente aceptable tener un coche de lujo siempre y cuando venga de un país hostil a la política exterior de EE.UU., eso está bien. Los van a buscar estas criaturas que denomino «súper mamás», mujeres de carrera de gran éxito, que se han tomado un tiempo para asegurarse que todos sus hijos entren a Harvard. Y se nota quien es una súper mamá porque realmente pesan menos que sus propios hijos. (Risas) Así, al momento de la concepción, están haciendo ejercicios de glúteos. Los bebés salen y le muestran tarjetas didácticas en mandarín a las cosas.
Vuelven a casa y quieren que sean iluminados así que los llevan a la heladería Ben & Jerry con su propia política exterior. En uno de mis libros yo bromeaba con que Ben & Jerry haga un dentífrico pacifista que no mate gérmenes sino que les pida que se vayan. Sería un éxito de ventas. (Risas) Y van a Whole Foods para obtener su fórmula para bebés. Whole Foods es una de esas tiendas progresistas de comestibles en la que los cajeros parecen estar a préstamo de Amnistía Internacional. (Risas) Allí compran esos bocadillos a base de algas llamados Veggie Booty con col rizada, que son para niños que llegan a casa y dicen: "Mami, mami, quiero un bocadillo que ayude a prevenir el cáncer colon-rectal".
Los niños se crían de una cierta manera, sumando logros de cosas que podemos medir: preparación para el SAT, oboe, fútbol. Ingresan a universidades competitivas, consiguen buenos empleos y, a veces, tienen éxito de manera superficial y ganan muchísimo dinero. Y, a veces, se las puede ver en lugares de vacaciones como Jackson Hole o Aspen. Y se han vuelto elegantes y delgadas -realmente no tienen muslos; tienen unas pantorrillas elegantes sobre otras. (Risas) Tienen hijos por su cuenta y han logrado un milagro genético al casarse con gente guapa por lo que sus abuelas parecen Gertrude Stein y sus hijas Halle Berry -no sé cómo lo han hecho. Llegan allí y se dan cuenta que está de moda tener perros de un tercio de la altura del techo así que consiguen esos perros peludos de 70 kilos que parecen velociraptores, todos con nombres de personajes de Jane Austen.
Y luego, cuando llegan a viejos, no han desarrollado una filosofía de vida pero lo han decidido: "He tenido éxito en todo, no voy a morir". Así que contratan entrenadores personales y toman sildenafilo como mentas para el aliento. Se les ve en las montañas allá arriba. Hacen esquí de fondo en la montaña con estas expresiones sombrías que hacen que Dick Cheney parezca Jerry Lewis. (Risas) Y le pasan zumbando a uno como si lo pasara un Raisinet de hierro que sube la colina.
Y esto es parte de la vida, pero no es toda la vida. Y en los últimos años creo que hemos tenido una visión más profunda de la naturaleza humana y una visión más profunda de lo que somos. Y no se basa en la teología o la filosofía sino en el estudio de la mente en todas estas esferas de investigación desde neurociencia hasta científicos cognitivos, economistas del comportamiento, psicólogos, sociología; estamos desarrollando una revolución en la conciencia. Y cuando sintetizamos todo nos está dando una nueva visión de la naturaleza humana. Y lejos de ser una fría visión materialista de la naturaleza es un nuevo humanismo, un nuevo encanto. Y creo que al hacer una síntesis de la investigación uno empieza con 3 ideas clave.
La primera idea es que mientras la mente consciente escribe la autobiografía de nuestra especie la mente inconsciente hace la mayor parte del trabajo. Por eso una manera de formularlo es que la mente humana puede recibir millones de informaciones por minuto, de las cuales puede ser consciente de unas 40. Y esto conduce a cosas raras. Una de mis favoritas es que los Dennis tienden inexorablemente a ser dentistas, y que los Lawrence tienden a ser abogados porque inconscientemente decantan las cosas que suenan familiares, razón por la cual yo llamé a mi hija Presidenta de EE.UU. Brooks. (Risas) Otro hallazgo es que el inconsciente lejos de ser tonto y sexual es bastante inteligente. Una de las cosas más exigentes cognitivamente que hacemos es comprar muebles. Es muy difícil imaginar cómo va a quedar un sofá en la casa. Y la manera en que uno debe hacerlo es estudiar el mueble dejar que la idea madure en la cabeza, distraerse, y luego unos días después seguir el instinto porque inconscientemente uno se lo ha imaginado.
El segundo hallazgo es que las emociones están en el centro de nuestro pensamiento. Las personas con golpes y lesiones en las partes que procesan las emociones en el cerebro no son súper inteligentes, en realidad a veces se sienten impotentes. Y el gigante en este campo está en la sala esta noche y va a hablar mañana por la mañana: Antonio Damasio. Y una de las cosas que él realmente nos muestra es que las emociones no están separadas de la razón sino que son el fundamento de la razón porque nos dicen qué valorar. Por eso leer y educar las emociones es una de las actividades centrales de la sabiduría.
Soy un hombre de mediana edad; no estoy muy cómodo con las emociones. Una de mis historias favoritas del cerebro describe a estos tipos de mediana edad. Los pusieron en un escáner cerebral -por cierto, la historia es apócrifa pero no importa- y les hicieron ver una película de terror. Luego tenían que contarle lo que sintieron a sus esposas. Y los escaneos cerebrales fueron idénticos en ambos casos. Era terror puro. Así que yo hablando de la emoción es como Gandhi hablando de la gula, pero eso es el proceso de organización central de la manera que pensamos. Nos dice qué imprimir. El cerebro es el registro de los sentimientos de una vida.
Y el tercer hallazgo es que no somos individuos eminentemente autónomos. Somos animales sociales, no animales racionales. Salimos de relaciones, y estamos muy compenetrados unos con otros. Y así, cuando vemos a otras personas volvemos a representarnos en la mente lo que vemos en sus mentes. Cuando vemos una persecución en coche en una película, es casi como si estuviéramos sutilmente en una persecución. Cuando miramos pornografía es un poco como tener relaciones sexuales, aunque quizá no sea tan bueno. Y vemos esto cuando los amantes caminan por la calle, cuando una multitud en Egipto o Túnez se ve atrapada en un contagio emocional, la compenetración profunda. Y esta revolución en lo que somos nos da una manera diferente de ver, creo, la política, una manera diferente -esto es más importante- de ver el capital humano.
Somos hijos de la Ilustración francesa. Creemos que la razón es la más alta de las facultades. Pero creo que esta investigación muestra que la Ilustración británica, o la Ilustración escocesa, con David Hume, Adam Smith, tenía un mejor manejo de quiénes somos: que la razón a menudo es débil y nuestros sentimientos fuertes y que los sentimientos a menudo son dignos de confianza. Este trabajo corrige el sesgo de nuestra cultura, ese sesgo de profunda humanización. Nos da un sentido más profundo de lo que significa realmente prosperar en esta vida. Cuando pensamos en el capital humano pensamos en las cosas que podemos medir fácilmente; como títulos, pruebas de aptitud, grados, cantidad de años de escolaridad. Que nos vaya bien, tener una vida con sentido, son cosas más profundas, cosas que ni siquiera sabemos nombrar. Así que déjenme enumerar un par de cosas que creo que esta investigación nos señala para tratar de entender.
El primer don, o talento, es la visión mental: la capacidad de entrar en la mente de otras personas y aprender lo que tienen para ofrecer. Los bebés vienen con esta capacidad. Meltzoff, de la Universidad de Washington, se inclinó sobre una bebé de 43 minutos de edad. Le hizo una mueca con la lengua y la bebé hizo lo mismo con su lengua. Los bebés nacen para compenetrarse con la mente de la mamá y para descargar lo que encuentran; sus modelos de cómo entender la realidad. En Estados Unidos el 55% de los bebés tienen una conversación bidireccional con la mamá y aprenden modelos de cómo relacionarse con otras personas. Y esas personas que tienen modelos de cómo relacionarse tienen una ventaja enorme en la vida. Científicos en la Universidad de Minnesota realizaron un estudio en el que podían predecir con una precisión del 77%, a los 18 meses de edad, quiénes iban a terminar la secundaria a partir de quiénes tenían buen apego con la mamá. El 20% de los niños no tiene esas relaciones. Tienen lo que llamamos apego evitativo. Tienen problemas para relacionarse con otras personas. Van por la vida como veleros a la deriva que quieren acercarse a la gente pero no tienen los modelos para hacerlo. Por eso esta es una habilidad como tomar conocimientos unos de otros.
La segunda habilidad es el aplomo equitativo. La capacidad de tener la serenidad para leer los sesgos y errores de la propia mente. Por ejemplo: somos máquinas de confianza excesiva. El 95% de nuestros profesores informa que están por encima del promedio. El 96% de los universitarios dicen tener habilidades sociales mayor a la media. La revista Time pregunta a los estadounidenses: "¿Estás en el 1% de los asalariados de mayores ingresos?" El 19% de los estadounidenses está en el 1% de los asalariados de mayores ingresos. (Risas) Este es un rasgo vinculado al género, por cierto. Los hombres se ahogan 2 veces más que las mujeres porque piensan que pueden cruzar ese lago a nado. Pero algunas personas tienen la capacidad y la conciencia de ver sus prejuicios, sus excesos de confianza. Tienen modestia epistemológica. Tienen actitud abierta frente a la ambigüedad. Pueden ajustar la fuerza de las conclusiones a la fuerza de sus evidencias. Son curiosos. Y estos rasgos a menudo son independientes y no guardan relación con el CI.
El tercer rasgo es el «medes», lo que llamaríamos sabiduría de la calle; es una palabra griega. Es una sensibilidad al entorno físico, la capacidad de detectar patrones en un entorno, de captar la esencia. Uno de mis colegas del Times escribió una gran historia de soldados en Irak que al mirar una calle podían detectar de algún modo si había un artefacto explosivo, una mina terrestre, en la calle. No podían decir cómo lo sabían pero podían sentir frío, sentían una frialdad, y casi siempre tenían razón. El tercero es lo que podríamos llamar «empatía» la capacidad de trabajar en grupo. Y eso resulta en extremo útil porque los grupos son más inteligentes que los individuos y los grupos cara a cara son mucho más inteligentes que los grupos que se comunican electrónicamente porque el 90% de la comunicación es no verbal. Y la efectividad de un grupo no está determinada por el CI del grupo está determinada por su comunicación, por la frecuencia con que se alternan en la conversación.
Luego se podría hablar de un rasgo como la «mezcla». Cualquier niño dice: "Soy un tigre" y finge ser un tigre. Parece algo elemental pero, de hecho, es extraordinariamente complicado tomar un concepto como "yo" y otro como "tigre" y mezclar ambas cosas. Pero esta es la fuente de la innovación. Lo que hizo Picasso, por ejemplo, fue tomar el concepto de arte occidental y el concepto de máscara africana y fusionarlos -no sólo la geometría sino los sistemas morales que conllevan. Y estas habilidades, de nuevo, no se pueden contar ni medir.
Y lo último que voy a mencionar es algo que podría denominarse «limerencia». Y esto no es una capacidad, es una guía y una motivación. La mente consciente tiene hambre de éxito y prestigio. La mente inconsciente tiene hambre de momentos de trascendencia, cuando la dimensión craneal desaparece y nos perdemos en un desafío o en una tarea, cuando un artesano se funde con su oficio, cuando un naturalista se siente uno con la Naturaleza, cuando el creyente se siente uno con el amor de Dios. Eso es lo que ansía la mente inconsciente. Y muchos de nosotros sentimos el amor cuando los amantes se funden mutuamente.
Y una de las descripciones más preciosas que he encontrado en esta investigación de la compenetración mental fue escrita por un gran teórico y científico llamado Douglas Hofstadter de la Universidad de Indiana. Él se casó con una mujer llamada Carol y ellos tenían una relación maravillosa. Cuando sus hijos tenían 5 y 2 años Carol tuvo un derrame y un tumor cerebral y murió repentinamente. Y Hofstadter escribió un libro titulado "Soy un ciclo extraño". En el transcurso del libro describe un momento -meses después de la muerte de Carol- en que se encuentra con su foto en la repisa de la chimenea o en una oficina en su habitación.
Y esto es lo que escribió: "Miré su cara, y miré tan profundamente que sentí que estaba detrás de sus ojos. Y de pronto me encontré diciendo, entre lágrimas, 'Ese soy yo. Ese soy yo.' Y esas simples palabras me trajeron muchos pensamientos que había tenido antes sobre la fusión de nuestras almas en una entidad de nivel superior, sobre el hecho de que en el centro de nuestras almas yacen esperanzas y sueños idénticos para nuestros hijos, sobre la noción de que esas esperanzas no fueran esperanzas separadas o distintas sino que fueran una sola esperanza algo claro que nos defina a los dos, que nos suelde en una unidad; el tipo de unidad que imaginaba apenas vagamente antes de casarme y tener hijos. Me di cuenta de que, a pesar de que Carol había muerto, esa parte central de ella no había muerto en absoluto sino que vivía muy decididamente en mi cerebro".
Los griegos dicen que sufrimos nuestro camino a la sabiduría. A través de su sufrimiento Hofstadter entendió lo profundamente compenetrados que estamos. Con los fracasos políticos de los últimos 30 años hemos llegado a reconocer, creo, lo superficial que ha sido nuestra visión de la naturaleza humana. Y ahora cuando enfrentamos esa superficialidad y los fracasos derivados de nuestra incapacidad de llegar a la profundidad de quiénes somos viene esta revolución en la conciencia -estas personas en tantos campos que exploran la profundidad de nuestra naturaleza y salen con este nuevo humanismo encantado. Y cuando Freud descubrió su sentido de lo inconsciente, tuvo un efecto enorme en el clima de su tiempo. Ahora estamos descubriendo una visión más precisa del inconsciente; de lo que somos en el interior. Y va a tener un efecto maravilloso, profundo y humanizante en nuestra cultura.