RUMI

Cada árbol y cada planta del prado
parece estar danzando;
aquéllos con ojos comunes
sólo los verán fijos e inmóviles.

19 abr 2011

El regalo de la paz



Llewellyn Vaughan-Lee


Somos siempre paz.
Liberarnos de la idea de que no somos paz,
es todo lo que se requiere.

— RAMANA MAHARSHI

LA PAZ DEL ALMA

La paz es una cualidad del alma. Y como todas las cualidades espirituales reales, la paz no se alcanza o se consigue con nuestros esfuerzos. Es otorgada mediante la gracia, como la paz que Cristo prometió a sus discípulos:

"La paz os dejo, mi paz os doy:
no os la doy como la da el mundo".

Debido a que nuestra cultura ha perdido un conocimiento de los modos de manifestarse de la gracia, tendemos a identificar paz con esfuerzo. La mayoría de nosotros lucha por la paz, pensando que se puede alcanzar esforzándose. Exteriormente buscamos la paz resolviendo los conflictos. Interiormente, asimismo, esperamos resolver nuestros conflictos trabajando para llevar a un equilibrio a las facciones en guerra de nuestra psique. En la meditación nos esforzamos por encontrar la paz más allá de la actividad de la mente.

Puede que alcancemos de esta manera una sensación de paz, esforzándonos y luchando. Pero la paz real es un aspecto de lo divino, y en palabras del maestro sufí Bhai Sabih: "¿Cómo puede haber esfuerzo con las cosas divinas? Son dadas, infundidas".

La paz que es dada tiene una cualidad diferente porque viene sin esfuerzo ni lucha. No es una solución a un conflicto, ni interior ni exterior. No forma parte de la dimensión de la lucha, sino de la dimensión del alma. No puede surgir de un conflicto porque es un aspecto de la unidad de nuestra verdadera naturaleza. En la unidad, ¿cómo puede haber conflicto? Si no hay dos, ¿qué necesidad hay de resolver nada?

La paz real es una cualidad del puro ser. La paz que Cristo dejó a sus discípulos, la paz "no como la da el mundo" está en todos nosotros. Forma parte de nuestra naturaleza esencial. Pero como muchas cualidades del alma, permanece escondida, pasada por alto por nuestras percepciones y modos de relacionarnos que están basados en la dualidad, el conflicto y el interés propio.

Tradicionalmente se ha transmitido la paz a un nivel personal, de maestro a discípulo, como Cristo dio la paz a sus discípulos. Pero en este momento crítico de nuestra evolución, ha dejado de ser suficiente. Toda la humanidad necesita tener acceso a la paz del alma, ya que esta paz no forma parte sólo de toda persona, sino del alma del mundo. Y si miramos a nuestro alrededor, vemos que el mundo necesita paz; la vida en sí necesita ser alimentada por su propia naturaleza superior para recuperarse de los abusos del pasado y prosperar. El trabajo espiritual de esta época es ayudar a que el alma del mundo despierte, ayudar a que las cualidades de la verdadera naturaleza de la vida nutran al todo.

LA PAZ EN LA ERA DE LA UNIDAD

¿Cómo podemos ayudar a que el corazón del mundo despierte? El primer paso es un paso en la conciencia. La próxima era es una era de unidad, y en nuestro colectivo está surgiendo una conciencia de unidad. Vemos esta conciencia reflejada en el desarrollo de la comunicación global, el internet, y en nuestro reconocimiento de la interconexión ecológica. Pero no vemos las dimensiones más profundas de esta conciencia, cómo forma parte de la naturaleza superior de la vida, cómo contiene las cualidades divinas de paz, amor y poder real.

Sólo lo divino puede sanar y transformar el mundo; las fuerzas antagónicas en el mundo están demasiado poderosamente consteladas para que nosotros podamos resolverlas por nuestra cuenta. Pero lo divino necesita nuestra participación: somos los guardianes del planeta. Y, ¿cuál es la naturaleza de este trabajo? En nuestra cultura masculina identificamos trabajo con "hacer" y actividad. Pero mantener un espacio para lo divino requiere la cualidad femenina de "ser". Por medio de la simplicidad de vivir nuestra conexión interior con lo divino, de vivir la conciencia del corazón, enlazamos los mundos y permitimos que las energías superiores fluyan a la vida.

Los místicos reconocen el juego de los opuestos dentro de sí mismos -- la oscuridad y la luz, lo masculino y lo femenino, el espíritu y la materia -- y saben que forman parte de una unidad mayor. Al dejar de estar atrapados en la dualidad de los opuestos, los místicos viven con la realidad de la unión. Los opuestos permanecen, pero dejan de aparecer en conflicto. Los místicos pueden, como el Midrash del judaísmo sostiene, "observar cómo todas las cosas toman prestado unas de otras":

"el día toma prestado de la noche, y la noche del día... la luna toma prestado de las estrellas y las estrellas toman prestado de la luna... el cielo toma prestado de la tierra y la tierra del cielo... Todas las criaturas de Dios toman prestado unas de otras, hacen la paz una con otra..."(1)

Y en esta era de unidad, es necesario que los buscadores pasen de estar centrados en el desarrollo de sí mismos a estarlo en el desarrollo del todo. Esto requiere que dejemos atrás nuestros esquemas de aislamiento espiritual. Dejando la cueva y los monasterios, podemos vivir la luz del corazón en la vida común y corriente, en la plaza del mercado donde la densidad y oscuridad del materialismo necesitan ser disipadas.

Puede ser una ayuda reconocer que lo divino en la vida tiene su propio ritmo natural, su propio aspirar y espirar, que podemos llegar a conocer y con lo que podemos trabajar. La luz y la energía de lo divino siguen generalmente pautas ancestrales que fluyen por nuestra psique colectiva. Podemos contribuir a que la paz llegue a nuestro mundo confiando en que la paz en sí tiene la paciencia de trabajar esquivando las resistencias, en que su fuerza no se dispersa ni se pierde en un conflicto. La energía espiritual de la paz está generalmente trabajando con la energía de la discordia, minando sus argumentos, transformando el flujo de energía de la confrontación en comprensión. Si nos permitimos a nosotros mismos abrirnos a lo que ya está pasando, empezaremos a ver y trabajar con la conciencia de unidad que está surgiendo.

RESPUESTAS SENCILLAS

Durante las épocas de transición es importante volver a lo que es básico, a lo que forma parte de la esencia de la vida. Si miramos detenidamente, podemos ver que la vida en sí contiene una armonía que forma parte de su naturaleza más profunda. Se puede ver en los pétalos de una flor, en el remolino del agua de un río, en una bandada de gansos que vuelan al sur. Podemos permitir a la vida que nos enseñe, que nos muestre cómo vivir de una manera que no constele continuamente conflictos. La vida nos puede revelar el fluir de los opuestos, el modo como la noche conduce al día, el invierno a la primavera. Una vez que cambiamos nuestra actitud hacia la vida, una vez que abandonamos nuestra necesidad de ser conquistadores u opresores, la vida puede mostrarnos cómo vivir en paz. Una vez que salgamos del paradigma de los opuestos que luchan, descubriremos que el sol brilla.

Se está entretejiendo un hilo en los mundos interiores, pero nosotros no sabemos cómo mirar. Se está creando armonía, pero permanecemos centrados en la discordia. Los patrones de la energía de la vida están cambiando sutilmente, las corrientes que vienen de las profundidades están cambiando. La vida está tratando de redimirse a sí misma, tratando de sacarse de encima los escombros de nuestras luchas de poder.

Como vivimos al final de una era, la vida aparentemente se ha vuelto más compleja. Esta es una de las señales de que las cosas se están desmoronando. Con nuestros modelos generados por ordenador, buscamos repuestas complejas a nuestros problemas. Pero la paz es sencilla, y es parte de la sencillez de la vida.

Parecemos pasar siempre por alto la sencilla maravilla del hecho de ser humanos, que significa ser divinos. Somos el encuentro de los dos mundos, el sitio donde los milagros pueden suceder y lo divino cobra vida de una nueva manera. Somos la luz al final del túnel. Somos lo cálido y el cuidado y la compasión, a pesar de que llevamos las cicatrices de nuestra crueldad e ira.

Los cambios en la vida son muy fundamentales y sencillos, y, sin embargo, no son fáciles de vivir. Hay fuerzas en acción que nos empujan hacia fuera, hacia la complejidad. Son fuerzas que nos quitan la alegría y exigen que trabajemos cada vez más duro. Nos conducen a conflictos que no necesitamos, y siempre tratan de oscurecer la simple alegría de vivir, de estar juntos y de apreciar el compañerismo. La comida rápida y las grandes películas pueden resplandecer y atrapar nuestra atención colectiva, pero sabemos en nuestros corazones que algo fundamental está siendo pasado por alto. No necesitamos ahogarnos en la prosperidad o imponer nuestras creencias a otros. Solamente tenemos que reconocer qué es real y vivirlo a nuestra manera.

En la sencillez de nuestros valores humanos -- amor y alegría y esperanza -- , estamos conectados en la unidad. Pero sólo podemos descubrir esta conexión cuando volvemos a la simple esencia del ser. Cuando regresemos al corazón, veremos lo que está naciendo, cómo está teniendo lugar una conexión de individuos, grupos y comunidades, cómo están creciendo las redes de interrelación, y cómo la energía de la vida está circulando por esas redes. Reconociendo estos cambios, podemos ayudar a que la paz fluya donde se necesita.

LA LUZ DE LA PAZ

Mucha gente teme la paz real. No se puede manipular, no desempeña un papel en las dinámicas de poder. En el enfrentamiento de los opuestos, luchamos para vencer, para imponernos. Incluso nuestra imagen de la paz del mundo es un equilibrio de poder. ¿Qué ocurriría si se eliminase esa dinámica de poder? ¿Cómo sabríamos quién domina? El drama del poder necesita adversarios. Una vida de paz funciona de manera diferente. No forma parte de los esquemas de control. La paz y la libertad van unidas.

Estar abierto a la paz es dejar atrás muchas de las maneras que definen nuestra vida. Trabajar con la paz significaría que trabajamos con una energía libre de la constelación de opuestos. Esta energía es parte de nuestra naturaleza divina. En el Corán se describe esta energía en el "versículo de la Luz" del sura 24:

Allah es la luz
de los cielos y la tierra.
Su luz se puede comparar
a una hornacina
donde se halla una lámpara.
La lámpara está rodeada de un vidrio.
El vidrio es como si fuera
una estrella radiante,
encendida por un árbol bendito,
un olivo, que ni es de Oriente
ni de Occidente,
cuyo aceite es casi
luminoso,
aunque el fuego apenas lo toque.
¡Luz sobre luz!
Allah guía a su luz
a aquellos que él quiere.

La luz dorada del aceite del "olivo, ni de Oriente ni de Occidente" está dentro de nosotros. Es la luz de nuestra naturaleza divina, que forma parte también de la vida. ¿Cómo puede ser nuestra naturaleza divina distinta del aire que respiramos? Nuestra respiración es Su respiración. Por medio de la respiración, se juntan el alma y el cuerpo, el cielo y la tierra. Su luz es "la luz de los cielos y la tierra". Detrás de la apariencia de la dualidad está la luz de la unidad y la paz real. Podemos vivir esta unidad, esta unión primaria, o podemos continuar con una actitud que sólo ve el conflicto continuo de los opuestos. El aceite del "olivo, ni de Oriente ni de Occidente" está ardiendo y nos muestra una manera diferente de vivir.

El sura de la luz continúa:

(Encendida una luz semejante)
en casas, que Allah
ha permitido erigir
en Su honor, para la celebración
de Su nombre en ellas;
en las que
dan gloria a Él
por las mañanas y
por las tardes
gentes a la que ni
el comercio ni la venta
les pueden distraer del recuerdo
de Allah, ni de la práctica regular de la oración.

La luz que es otorgada forma parte del recuerdo de Dios, de la simple conciencia de la divina presencia. En esta luz se recuerda y celebra a lo divino, incluso en medio de las actividades de la vida. Necesitamos esta luz para que nos guíe, y en esta luz encontramos nuestro recuerdo de lo que es real. Esta luz es siempre accesible, sólo oculta por nuestro olvido. La luz que está más allá de los opuestos no se alcanza a través de un conflicto, sino que llega por medio de la oración y el recuerdo.

Aquellos que Le aman y Le recuerdan tienen acceso a la luz que el mundo necesita -- la luz de la paz, la luz de la unidad. Nuestro mundo no lo pueden salvar jamás ni los políticos ni los mediadores, pero sí aquellos cuyos corazones se han girado hacia lo Real. Esta conciencia forma parte de la esencia de la vida, de la creación que celebra a su Creador. Está presente alrededor nuestro, dentro de nosotros, es parte de la sencilla verdad de que estamos aquí para servir a lo divino. Si podemos ver con el corazón, no con nuestros condicionamientos, podemos despertar dentro la paz que se está revelando a sí misma en este momento. Y por medio de la simple combinación de nuestra práctica espiritual, nuestras oraciones y recuerdo, y nuestra vida cotidiana, podemos llevar al mundo Su luz y Su paz.

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Notas de la versión original en inglés

(1) Midrash, Exodus Rabbah (31:15), trans. H. Freedman and Maurice Simon