RUMI

Cada árbol y cada planta del prado
parece estar danzando;
aquéllos con ojos comunes
sólo los verán fijos e inmóviles.

26 sept 2010

“Si queremos cambiar el mundo tenemos que empezar por nosotros mismos”


"Las religiones expulsaron a Dios de su propia creación y ni siquiera incluyen nociones de cosmología".

Por Ignacio Escribano

El brazalete se asoma con cautelosa suntuosidad bajo la manga del saco negro de cuello mao. Como titilando, contra el castaño fosco de su piel bronceada. La muñeca izquierda, en cambio, está vacante. Deepak Chopra no usa reloj.

-¿Por qué?

-“No lo sé -responde, un tanto riéndose y otro tanto con cara de qué se le va a hacer-. Nunca sentí la necesidad de medir el tiempo; es más, la verdad es que no creo en su existencia”.

La agenda vertiginosa, al menos, no parece intimidar en lo más mínimo a esta suerte de “poeta-profeta de la medicina alternativa”, a quien la revista Time distinguió, en 1999, entre “Los 100 principales iconos y héroes del siglo XX”.

Con la distensión de un día feriado (o “más tranquilo que bailar con la prima”, como me diría un tachero antes de llegar al lugar de la entrevista, en un camarín del teatro Opera), el gurú de la medicina ayurveda se expresa en sintonía con el Dalai Lama: “Si queremos cambiar el mundo tenemos que empezar por nosotros mismos”. Y subraya que en medio de las turbulencias que atraviesa el hombre moderno, más que nunca, es fundamental que aprendamos a sosegar nuestra mente; ya sea por medio de la meditación, el yoga o como más a gusto se sienta uno.

Para Chopra, es fundamental que en esa abstracción del incesante ruido cotidiano uno pueda preguntarse, genuinamente, quién soy, qué quiero en esta vida.

“De lo contrario, seguiremos hipnotizados por los condicionamientos impuestos desde afuera; a la máscara social, por miedo al rechazo, le gusta la aprobación, y cuando uno se transforma en eslabón de esa hipnosis sociocultural deja de ser quien verdaderamente es”, advierte el autor de Las siete leyes espirituales del éxito, Curación cuántica y otro buen puñado de best sellers.

“¡Eso!, desenchufar la radio y el televisor”, asiente, con una leve inclinación de cabeza. Y confiesa, además, no compartir en absoluto “esa idea tan naïf del pensamiento positivo” (positive thinking), que en ocasiones le suelen atribuir.

Creo, sí -aclara-, en el ejercicio de ver la realidad de manera creativa, algo que sólo se logra conectándose con uno mismo en el más profundo de los silencios. Claro que, primero, hay que saber qué se está buscando y cuáles son las posibilidades que nos ofrece cada situación, por más trágica que parezca.”

En la vacuidad del recinto, su voz gruesa, algo monótona, trae ciertas reminiscencias de ese sonido sordo, constante y de fondo (drone), tan característico de la música india.

“Entonces, ¡ajá! -exclama, interrumpiendo su discurso uniforme con un fuerte chasquido de manos-, desde ese silencio, que ha sido la fuente de inspiración de las grandes comedias, pensamientos filosóficos y descubrimientos de la humanidad, brotan respuestas originales, y uno se encuentra en condiciones de superar la adversidad”.

Según Chopra, la costumbre de condenar, criticar y quejarse no sirve más que para perturbar la propia mente; por lo que invita a transformar esa energía “malgastada” en un acto feraz. Como participar junto a quienes están haciendo tareas concretas por el bien de la comunidad.

“Ese ya es un buen comienzo -alienta- Y, en este sentido, considero de un valor extraordinario las alianzas estratégicas entre medios de comunicación, instituciones científicas, líderes espirituales e industrias de entretenimiento. Después de todo, allí está ese 10 por ciento de la población que marca las tendencias: desde ropa, autos o políticos de moda, hasta cada minucia del quehacer cotidiano.”

Ahora, ¿a qué se debe el tremendo peso de apenas unos pocos? “Básicamente, al alto desarrollo de su potencial creativo; eso los hace pioneros en los más diversos ámbitos de la cultura”, explica.

Bien plantado en sus zapatos negros abotinados Prada, de esos que se ven cómodos pero elegantes, Chopra no se sorprende por el fenómeno de las salas de espectáculos porteñas rebalsadas de bote a bote, incluso en tiempos de recesión económica.

“Es otra demostración de que las necesidades básicas del ser humano permanecen inalterables en tiempos críticos; la poesía misma, que es el lenguaje del alma, ha sobrevivido a todas las revoluciones”, reflexiona el médico indio que supo amalgamar, y transmitir, la quintaesencia de la física cuántica, la salud, el arte y las enseñanzas de la antigua tradición védica.

“Es más -añade-, con la poesía se puede influir positivamente a toda una población; en este sentido, el ex presidente de la República Checa, Václav Havel, que es poeta y dramaturgo, ha sido un líder visionario”.

Chopra reconoce haber descubierto la poesía, “esa fuente inagotable de pasión, amor e inspiración”, en la obra del poeta bengalí Rabindranath Tagore.

“Este frágil recipiente lo has vaciado una y otra vez para llenarlo eternamente de vida nueva… Pasan los siglos, y tú continúas vertiendo, y todavía hay espacio para llenar”, escribe Tagore, en Gitanjali, aludiendo a la pletórica cualidad del desapego: esa actitud frente a la vida, con sello bien oriental, que no debería confundirse con la apatía o la insensibilidad.

­“No obstante, cuando no se ha vivido plenamente con pasión, el desapego suele ser síntoma de miedo e inseguridad; primero -sugiere Chopra- hay que sentir el sabor de la pasión. Ustedes los latinos son conocidos en todo el mundo por su sangre caliente. ¡Sientan toda la pasión que puedan! Hace poco estuve en España. Allí viven mejor que en los Estados Unidos. ¿Qué ha cambiado? Expresan su espíritu; algo que no es posible cuando se tiene baja la autoestima”.

Deepak Chopra encarna un personaje controvertido. De este lado del canal de Suez “peca” por trascender la rigidez de la mente occidental que, como describe Jung en un prólogo del I Ching, todo lo selecciona, pesa, tamiza, clasifica y separa; para la austeridad oriental, acaso sean excesivos tantos dígitos en su haber.

En 1994, la revista Forbes lo definió como “el último de una serie de gurús que han prosperado combinando ciencia, psicología e hinduísmo pop”.

Como fuere, sería ocioso detenerse en los dardos de las diatribas que ni a él mismo Chopra parecen estropearle el sueño.

“Las mismas sociedades científicas que hasta hace poco concebían aspectos meramente materialistas y tecnológicos están cambiando radicalmente -observa-; de hecho, cada vez más facultades en los Estados Unidos y resto del mundo me solicitan cursos sobre medicina ayurvédica”.

El autor de Conocer a Dios: El viaje del alma hacia el misterio de los misterios, insiste en la trascendencia del silencio: “Es el punto desde el cual la consciencia humana cruza los límites cuánticos; es decir, abandona el mundo material y se sumerge en una región compuesta de energía e información, más allá del tiempo y el espacio”.

“Allí, donde sólo existe amor, compasión, intuición, creatividad y una genuina sensación de conexión, la espiritualidad impone sus propias leyes, que le pertenecen al campo de la sabiduría. Las religiones, que expulsaron a Dios de su propia creación, ni siquiera incluyen nociones de cosmología y evolución; y eso sólo las vuelve demasiado primitivas”, dispara Chopra, sin ningún esfuerzo por reprimirse. Y, sin vacilar, remata: “Cristo no era cristiano, así como tampoco Buda fue budista o Mohammed musulmán; la religión, que ha hecho de Dios un jefe tribal, no es más que una mera institucionalización, bien podría decirse diabólicamente fundamentadas, de las verdades reveladas por Dios a cada uno de esos hombres santos. Por eso digo que las religiones, separatistas y amedrentadoras por naturaleza, son sinónimo de dogma, poder, ideología y minuciosos sistemas de manipulación”.

Las psicoterapias, principalmente las de origen freudiano, tampoco quedan a salvo de la aspereza de sus comentarios.

“Es llamativa toda la gente que se sigue analizando después de más de veinte y hasta treinta años, y que, encima, se vuelve dependiente del terapeuta”, se sorprende Chopra.

Más benévolo con las escuelas jungianas, “que al tener en cuenta la existencia de un inconsciente colectivo permiten un acercamiento mucho más profundo del ser”, pronostica que la espiritualidad pasará a ser el eje central en la incesante búsqueda del conócete a ti mismo.

Nada más fascinante que ver cómo la psicología confunde sus límites con el espíritu”, ironiza.

Actualmente, la física cuántica, que revela el universo como una red indivisible en el cual todo está conectado, va fundiendo en lenta alquimia ciencia con espiritualidad. “No obstante, eso todavía no ha ocurrido”, señala.

En íntima analogía con aquel fragmento del Ajedrez borgiano, que reza: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza./¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza/De polvo y sueño y tiempo y agonías?, Chopra, al igual que Einstein, también quiere “conocer los pensamientos de Dios”, porque “lo demás son detalles”. Y desde la milenaria concepción hindú condensada en la palabra lila, que en sánscrito significa juego y vida a la vez, reconoce: “Es cierto que el fragor cotidiano no siempre resulta sencillo o alentador, pero la vida es y seguirá siendo un juego, aún en los peores momentos. Así son las reglas: las fuerzas creativas son tan necesarias como las de la inercia. De lo contrario, sin dualidad, sería la nada”.

“¿Queremos permanecer atrapados en el melodrama de este mundo de valores opuestos?”, pregunta Chopra, sin rodeos.

“La decisión de transformarse en un guerrero cósmico, como Arjuna, el príncipe del Bhagavad Gita, y formar parte de la energía creadora, depende de cada uno -dice-. Y no para provecho personal, sino por las fuerzas del universo mismo. Sólo entonces sentiremos pasión por este juego divino llamado vida”.