Algunas preguntas a hacerse son la siguiente:
¿qué le impide al coachado observar lo que le permitiría hacerse cargo de la situación?
¿que le impide actuar?
En otras palabras, ¿que lo bloquea?
Para responder a estas preguntas es necesario remitirse a los tres dominios primarios de la estructura del observador: corporalidad, emocionalidad y lenguaje.
Al nivel de la corporalidad, podemos señalar que la manera como una persona se para en el mundo, la forma como ella se desplaza y mueve en él, sus posturas, gestos y movimientos, condicionan tanto la manera como observa el mundo, como sus posibilidades de acción en él.
La corporalidad es una dimensión crucial de la práctica del coaching. Sin embargo, las mayores trabas con las que se encuentran las personas para resolver algunos de sus quiebres más importantes son las emociones y los juicios. Estos son los materiales más importantes del trabajo del coach porque constituyen el núcleo del alma humana.
Somos de la manera particular que somos, por la emocionalidad que nos es propia y por los juicios que hacemos en determinados dominios.
Entre los dominios importantes destacan los siguientes. En primer lugar, los juicios que hacemos con respecto a nosotros mismos. Áreas criticas, por ejemplo, son la autoconfianza, la dignidad personal y el amor a sí mismo. Muchos de los quiebres que enfrentamos en la vida suelen llevarnos a esas áreas.
En segundo lugar, tenemos los juicios sobre el mundo, las posibilidades y amenazas que consideramos que éste encierra. Una pregunta importante que siempre debe hacerse el coach es qué es aquello que al coachado le importa en el mundo en el que vive. ¿Cuales son sus inquietudes más importantes? ¿Cómo se sitúa a sí mismo en ese mundo? ¿Qué lugar o posición ocupa?
Nuestros mundos no sólo están poblados de objetos, también están habitados por personas. Es importante procurar conocer los juicios que tenemos sobre los demás. Por ejemplo, ¿quienes consideramos como posibilidad? ¿Quiénes consideramos como amenaza? ¿En quienes confiamos? ¿En quienes desconfiamos? ¿Cómo separamos a unas personas de otras?, etc.
En tercer lugar, tenemos los juicios sobre la estructura de la temporalidad, la tríada de pasado, presente y futuro. Nuevamente, aquí son muchas las preguntas que podemos hacernos. Por ejemplo, ¿cuales son los juicios principales con respecto a nuestro pasado? ¿Lo juzgamos positiva o negativamente? ¿Cuales son las experiencias del pasado que juzgamos más importantes en nuestras vidas? ¿por qué? ¿cuales son las conversaciones que arrastramos del pasado que todavía no hemos podido cerrar? ¿Qué nos ha impedido hacerlo? Preguntas equivalentes podemos hacer con respecto al presente y al futuro. Todas ellas ayudan a comprender nuestra manera de ser.
Es tarea de coach identificar estos juicios y emociones que conforman los límites del alma humana, mostrar los efectos que ellos ejercen en nuestras vidas y trabajar para sustituirlos por otros desde los cuales se expandan nuestras posibilidades.
La experiencia del coaching nos obliga a visitar el espacio de nuestra nada, del no-ser que somos. Nos coloca al borde de lo que suele presentársenos como un precipicio, como el peligro de la desintegración, donde cuerpo, emocionalidad y lenguaje, “no nos dan”, como si quedaran cortos. Pero lo que el coaching nos muestra es que esa experiencia de la nada es un espejismo, una ilusión perversa tras la cual se esconden las inmensas posibilidades de ser y que descubrimos al cruzar la frontera. En efecto, al transitar en ese espacio de la nada dejamos parte del ser que somos, hay una parte del ser que somos que se sacrifica, pero se sacrifica en pos de la creación.
Tras la búsqueda de emociones y juicios maestros
Hemos destacado reiteradamente la importancia de las emociones y los juicios en la práctica de coaching. Es necesario reconocer, sin embargo, que no toda emoción ni todo juicio tienen la misma relevancia. Hay emociones y juicios asociados a cualquier situación, los hay de diferente intensidad y gravitación, los hay más distantes y más cercanos a la forma particular de ser de una persona. Por lo tanto, creemos importante introducir una distinción que nos permita hacernos cargo de esta diferencia. Hablaremos, por un lado, de las emociones y juicios maestros de una persona. Por ellos entendemos aquellas emociones y juicios que definen su particular forma de ser y que se encuentra en la base de múltiples otras emociones y otros juicios. De alguna forma, ellos sustentan la existencia global de un individuo. Aquellas emociones y aquellos juicios que resultan de los primeros, que están más directamente asociados a circunstancias coyunturales y que son, por lo tanto, más específicos y temporales los llamaremos emociones y juicios secundarios.
El coach debe procurar desplazarse del quiebre declarado y de las emociones y juicios secundarios que suelen acompañarlo a un nivel de mayor profundidad en el que comienzan a reconocerse las emociones y juicios maestros. Una vez alcanzados estas emociones y estos juicios maestros el coach comienza a sentir que cuenta con las piezas claves de la estructura de coherencia del coachado.
El papel de la intuición en el proceso de coaching
El camino del coaching hace uso de varios procedimientos y técnicas.
¿Qué es la intuición? Hablamos de intuición cuando creemos saber algo sin saber por qué lo sabemos y de donde viene ese conocimiento. La intuición existe precisamente porque sabemos más de lo que creemos saber, aunque no sepamos de dónde lo sabemos. Nuestra conciencia no es el único lugar donde almacenamos conocimiento. Nuestras experiencias van dejando rastros. El conjunto de nuestras experiencias que provienen de nuestras relaciones con otros hace de reserva de un extenso conocimiento intuitivo y ellas son de gran valor para generar hipótesis, sugerir caminos a seguir y otros caminos que evitar.
Una vez que echamos mano a la intuición para producir hipótesis, es prudente intentar corroborarlas. El proceso de corroboración en el coaching suele ser indirecto. Es necesario distinguir entre las preguntas que el coach se formula a sí mismo para guiar la conversación de coaching y las preguntas que éste le formula al coachado. No siempre se corresponden y muy a menudo no deben hacerlo. El coaching no es sobre explicaciones. Las explicaciones muchas veces matan el coaching. Lo que el coach debe hacer es “mostrarle” al coachado lo que acontece con él, las consecuencias de sus acciones.
El ciclo de la reflexión en la acción
El coaching ontológico es un arte, no una ciencia que se rija por leyes estrictas o una tecnología que podamos aplicar mecánicamente. El que sea un arte no desconoce que el coaching ontológico se apoya en bases teóricas sólidas. Pero no basta con conocerlas adecuadamente para transformarse en un buen coach.
Las bases teóricas y el conjunto de competencias que surgen de ellas abren un camino para enseñar esta disciplina y formar coaches que, de otra manera, no se formarían, pero será siempre necesario advertir la importancia de aspectos relacionados con la intuición, con la edad y las experiencias de vida del coach, con su estructura de carácter (coherencia) y forma de ser, con la práctica recurrente en el ejercicio del coaching, etc. Todos estos factores influyen en el adecuado desempeño del coach.
Otro aspecto también gravitante en su desempeño es el haberse sometido él mismo a la experiencia de coaching y haber estado en más de una oportunidad en el lugar del coachado. De allí que normalmente insistamos que uno de los requisitos de un programa de aprendizaje de coaching ontológico incluye el que aprendiz se abra a la experiencia y, para ello, visite el espacio de su propia nada.
Dentro de las competencias destaca todo un territorio que se refiere a la reflexión en la acción. El coach va permanentemente evaluando cada uno de los pasos que ejecuta y, de acuerdo a la evaluación que haga, diseña las acciones sucesivas que emprenderá. Este proceso lo hemos llamado el proceso de reflexión en la acción. La noción de reflexión en la acción la hemos tomado de la propuesta realizada por Donald Schön. Según su planteamiento, todo practicante, todo profesional, requiere desarrollar competencias para reflexionar constantemente desde y sobre su propia práctica. Debe ser capaz de identificar tanto lo que funciona como lo que no funciona y lo que requiere ser modificado tanto en su desempeño y el cómo en el desempeño de otros que tienen una práctica similar.
Preguntas como las siguientes son expresión de la reflexión en la acción.
¿Qué hice que produjo esa reacción positiva en el coachado?
¿Qué dije que pareciera haberlo cerrado en la conversación?
¿Qué recurso me hizo falta en el momento aquel donde sucedió tal o cual cosas?
¿Qué podría hacer ahora que aconteció “x”?
¿cómo puedo hacerme cargo del problema que se acaba de producir?, etc.
Estas son preguntas que el coach requiere hacerse constantemente. Muchas de ellas son preguntas que emergerán de manera casi espontáneas durante el proceso. Ello no impide que podamos aprender a hacerlo mejor.
De allí, por ejemplo, la necesidad de acostumbrarnos a llenar una bitácora de registro y evaluación, cada vez que completamos una interacción de coaching.
El ciclo de la reflexión en la acción comprende tres momentos diferentes que se suceden en el tiempo. Se puede empezar por cualquiera de ellos. Estos momentos son los del diseño, la ejecución y la evaluación. Mucho del virtuosismo del coach reside en su competencia para realizar el ciclo con efectividad y, por lo tanto, para diseñar, ejecutar, evaluar y rediseñar en el momento, sobre la marcha, mientras el proceso está desplegándose.
Una de las preguntas siempre presente en el ciclo de la reflexión en la acción es la que evalúa las competencias que tenemos como coach para responder al desafío particular que nos plantea el coachado. El coach no debe olvidar nunca su responsabilidad de hacerse cargo del coachado. El coaching no es un juego trivial. Si evaluamos que un determinado quiebre excede nuestras competencias, el coach tiene la obligación de detener el coaching y advertirle al coachado que no se siente plenamente capacitado para servirlo.
Saber detener a tiempo una interacción de coaching, aunque representa el reconocimiento de algunas incompetencias, manifiesta sin embargo una competencia importante: el coach está consciente y atento a sus propias limitaciones.
La danza de la indagación o el arte de hacer preguntas
La herramienta principal en la etapa de la interpretación es la indagación. A través de la indagación hablamos para escuchar. Su disposición básica es la apertura hacia el otro. Un coach ontológico requiere ser altamente competente en el escuchar. Quién no se sabe escuchar difícilmente podrá hacer coaching.
Anteriormente nos referíamos a los dominios en los que solemos encontrar las emociones y los juicios maestros de las personas. Hablábamos de los dominios del si mismo, del mundo y los demás, y de la estructura de la temporalidad. Ello representa un primer mapa de ruta para este proceso de indagación.
Entre estas emocionalidades, cabe destacar algunas negativas como el miedo, la rabia, el resentimiento y la tristeza. Estas emociones que se constituyen en obstáculos para un adecuado fluir de la vida y que conforman las fronteras de nuestra forma de ser, suelen ser negativas.
Escuchamos de acuerdo a como somos, de acuerdo a las experiencias que hemos tenido en la vida. Nuestras heridas son uno de nuestros más preciados activos cuando se trata de hacer coaching. No se hace coaching desde la perfección. Se hace coaching desde nuestras heridas.
Indagamos haciendo preguntas. Una pregunta es una petición donde lo que se pide es información. La pregunta tiene, por lo tanto, todos los elementos que conocemos de una petición.
Al inicio se trata de preguntar para entender el quiebre. Aquí, no lo olvidemos, tenemos que tener siempre en mente que nuestras preguntas deben estar dirigidas en dos direcciones diferentes: la información de los hechos (situaciones y experiencias) y la información de los juicios que el coachado tiene sobre los primeros y que lo constituyen como quiebre.
Una vez que el quiebre ha sido identificado. Lo que ahora le interesa al coach es la construcción del rompecabezas, el avanzar hacia su interpretación de la estructura de coherencia del coachado que lo lleva a tener el quiebre que declara. Se busca alcanzar cada vez una capa más profunda dentro de una misma temática y seguir, por asociación, la cadena de emociones y juicios que nos conducirán a detectar aquellos que son maestros y de los cuales cuelga precisamente el quiebre. El coach experimentado sabe que el rompecabezas que busca construir no tiene un número finito de piezas y que no se completará jamás.
Las preguntas cumplen múltiples funciones en el proceso de coaching y no sólo la de recabar información de parte del coachado. Y es importante tener esto en cuenta. Muchas veces preguntamos, no tanto para tener información adicional, sino para corroborar algunas de nuestras interpretaciones. Las preguntas sirven como herramientas para disolver nuestro trasfondo de obviedad o lo que consideramos de sentido común.
El cierre de la etapa de la interpretación
La etapa de la interpretación se cierra cuando el coach juzga que ha logrado construir los elementos básicos de la estructura de coherencia que conforma el observador del coachado y que ya está en condiciones de intervenir en ella. A partir de ello, el coach siente que entiende la modalidad particular de ser que define a su interlocutor. El énfasis principal de esta etapa ha estado puesto en la reconstrucción del ser. A su término, el coach podría decirle al coachado, “Esta es tu manera de ser. Por esto tienes este quiebre. Y por esto mismo no puedes hacerte cargo de él. Mientras sigas así, será difícil que puedas resolverlo”.
La etapa de la interpretación se funda en la primera parte del segundo principio de la ontología del lenguaje, aquel que dice: “Actuamos de acuerdo a cómo somos”.
¿Cuándo se llega a ese punto? ¿Cómo se sabe que efectivamente se llegó a él? Estas son preguntas que se nos hacen frecuentemente. Es muy difícil dar una respuesta precisa. Se llega a ese punto cuando el coach se considera satisfecho con lo que ha logrado construir. Es el juicio del coach el que determina que la etapa de la interpretación se ha completado.
Durante esta etapa, la forma particular de ser del coach se ha replegado y su actividad no ha impedido que quién ocupe todo el escenario sea el coachado. Ello ha acontecido, en buena medida, porque el actuar del coach ha sido fundamentalmente indagativo. En su hablar él no ha tomado posiciones, sino que ha permitido el despliegue extenso del ser del coachado.
El cierre de esta etapa debe asegurar el cumplimiento de la regla de oro del coaching ontológico: el coachado debe validar la interpretación construida por el coach. Si el coach concluye con una interpretación que el coachado no valida, ésta sirve de muy poco. No debemos olvidar nunca que el coach es un facilitador. Quién lleva el principal timón del proceso no es él, a final de cuentas es el coachado.
Fuente: http://admindeempresas.blogspot.com/2008/11/etapa-de-interpretacion-del-coaching.html